Sociedad Planetaria

Carl Sagan nos invitó a identificarnos con esta condición, reconocernos como una «sociedad planetaria». Para eso nos regaló como última imagen de su mítica serie (Cosmos), y por primera vez vista, aquella imagen de nuestro planeta. Aquella deslumbrante bola azul, a la que hasta ese entonces jamás habíamos visto desde afuera. Fantástica imagen tomada por el Voyager al alejarse de su punto de partida, brillante, con suaves matices blancos.

Aquella imagen no sólo marcó el destino de cientos de miles que desde entonces decidirían dedicar su vida a observar y estudiar el espacio exterior, sino que nos brindó la oportunidad de aprehender un concepto que hasta ese momento no sólo no habíamos entendido sino que ni siquiera habíamos concebido, el de Sociedad Planetaria.

 

Especie planetaria, toda ella miembro de una sociedad que tiene como extensión un lugar llamado Tierra. La pregunta no era si acaso habían cientos de sociedades como estas, como algunos creyeron, se trataba de una temática diferente, nos encontrábamos con nuevo horizonte. La pregunta era si acaso los hombres , habitantes dominantes de este planeta en específico al mirar hacia tras , tal como lo hizo en aquél momento nuestra sonda espacial para poder regalarnos antes de alejarse de nuestros caminos aquella primera imagen del lugar en el espacio al que podemos llamar: Hogar, habríamos de identificarnos plenamente como miembros de una única comunidad.

Un punto azul pálido Sagan Tierra
La Tierra,  un punto azul pálido, fotografiada en 1990 por la Voyager 1 desde 6.000 millones de kilómetros

La sociedad planetaria ha sido referida principalmente en términos de estructura socio económica que domina el mundo. Una sociedad internacional entendida como la consecuencia de un sistema monetario y financiero global, que trae aparejado a su desarrollo esta internacionalización de sí mismo. El Capital, que batalla sin tregua contra aquello que llamamos tasa decreciente de ganancia necesita para subsistir expandirse constantemente, nuevos mercados, nuevos recursos, es una característica esencial que no puede ser reemplazada. Hemos visto la utilización de este concepto, planetario, como principal modo de referirse a este fenómeno. Sabemos de globalización, de consorcios y transnacionales, de ciudadano global, de aldea global, pero nada respecto a ser una especie planetaria. No hemos verdaderamente pensado en sus implicancias.

 

La imágen de Sagan se nos devolvió no como un espejo en el cuál reflejasemos nuestra alma, sino nuestra apariencia. No habríamos de ver en ella ni el pasado ni el futuro, ni contemplado su carácter imperecedero, ni su nimiedad, ni su inmensidad, ni su increíble biodiversidad y belleza en comparación con su entorno, ni nada de eso.

Cuando Carl Sagan nos propuso mirarnos frente a este espejo nos encontrábamos en medio del ascenso sin freno de la sociedad de consumo y no sabíamos ver más que aqui, ahora, compralo ya. De valorar las cosas por su exterior, por su utilidad, la realidad se nos representaba fragmentada y el poco tiempo del que disponíamos no nos permitía nunca acabar por reunir sus miles de piezas. Veíamos lo que nos resultaba obvio.

Dominamos nuestro entorno, vencimos el frío nórdico y el calor del trópico, las diferencias culturales, nuestros productos pueden sin problema cruzar de un lugar a otro del globo, nos identificamos con esta imágen de movimiento, no con la rotación, no con nuestro increíble y veloz viaje a través de la galaxia y el universo sino que con el desplazamiento del  consumo.

No pudimos ver mucho, esa es la verdad, hubieron pequeños destellos de entendimiento, aquellos que se dijeron: Santo Cielos, pero si es allí en donde hemos pasado nuestros últimos (y primeros) 200.000 anos! No hay nada más en el universo a lo que jamás hayamos podido llamar Hogar. Se trata de una gran casa que en conjunto cohabitamos. No hay derecho de propiedad, ni mercados de bienes raíces, vamos y venimos, heredando nuestro lugar a otros, en un ciclo constante de poblamiento y usufructo.

Este planeta nos ha provisto por todos estos miles de años de todo lo necesario para vivir, para desarrollarnos, e incluso para entretenernos.

Pero aquellos pequeños destellos de entendimiento de la profundidad del mensaje que nos aportaba aquella poderosa imagen azulada se vieron prontamente asfixiados por una de las eras más “veloces” que hemos vivido en nuestra historia y nos quedamos enredados en esas imágenes de consumos y mercados hasta que la urgencia de nuestra propia realidad nos hubo de golpear la puerta.

 

Calentamiento Global, una serie de dramáticos cambios que enfrenta nuestro planeta producto de la emisión sistemática y sin control de gases residuales de nuestros procesos industriales que tienen como consecuencia el aumento de la temperatura del planeta y como subproducto de este aumento en la temperatura un drástico cambio en los climas y las formaciones topográficas de la tierra.

Recién frente a esta imagen, que más que una foto icónica como lo fue la postal con las que nos despedimos de la serie Cosmos era un murmullo colectivo, las cosas están mal, hace demasiado calor o durante el inverno mucho frío, está nevando en el desierto, los niveles del mar están amenazando con sumergir a las ciudades costeras.

Pánico, esa era la foto que nos ofrecía el siglo XXI. Ya no se trataba del utópico sueno de conquistar nuevos planetas sino de su urgencia. Finalmente arribamos a este concepto de sociedad que reside en un único planeta y que por tanto pueden ser dominados cohabitantes del mismo. Nos hemos reconocido en ese aspecto, pero no estamos ni cerca de avanzar verdaderamente hacia una visualización práctica de esta idea. Me refiero a un punto en el que como especie planetaria pudiésemos considerar nuestro destino como un interés común de todos los hombres a debatirse de igual modo y a ser desarrollado con esta mirada colectiva. Por el contrario hemos caído en profundos delirios, culpándonos unos a otros. Tenemos por una parte a quienes incluso niegan que cualquier modificación climática pueda ser producto de las emisiones que arrojan como subproducto nuestros procesos productivos, estos son aquellos que están más lejos de reconocer nuestra realidad planetaria, quienes para evadir cualquier sentimiento de responsabilidad sencillamente optaron por una negación rotunda de lo que sucede y no nos interesan a su vez como objeto de estudio pues representan lo más retrasado de la sociedad al no poder siquiera concebir el futuro de la raza humana.

Por la otra parte, igual de radical, tenemos a quienes son víctimas de la culpa más corrosiva y no acaban de perdonarse en términos históricos el que no hayamos sido capaces de preveer o prevenir esta situación. Esta culpa desgraciadamente no tiene un efecto positivo en la formulación de una respuesta hacia el futuro, es retrógrada y tiene mucho más que ver con problemáticas ancestrales del hombre y su relación con el medio, me refiero a que este planteamiento es más bien una forma encubierta de representarse una situación dramática a la que nos enfrentamos los hombres hace cientos de miles de anos atrás cuando hubimos de separarnos de la naturaleza para pasar a constituir nuestra vida en sociedad. Desde aquél entonces sufrimos en términos psíquicos las consecuencias de ese “desmembramiento” que muchas veces se nos representa como antinatural. Se nos « representa » como antinatural, pero no quiere decir que lo sea. La mayor de las veces este tipo de situaciones en las que nos debemos alejar o sencillamente desprender de un objeto de valor libidinal para la psiquis se nos representan como aquello, antinaturales. Lo mismo sucede cuando debemos, como niños, separarnos de nuestros padres (como idea de un todo) para formar nuestra propia individualidad, o cuando la proyección sobre nuestras parejas o amigos cae derrumbada o cuando alguna figura de carácter arquetípico se ve alterada. La psiquis sufre esta pérdida como un quiebre, algo está que está mal, algo que intentará revocar puesto que le es de un alto coste libidinal.

Nada de ello quiere decir que haya de ser así, es la forma en la que se nos representa un fenómeno al que no podemos enfrentarnos directamente pues se esconde en lo más profundo del inconsciente (al ser de alto valor energético).  El problema con esta visión es que no permite observar la verdadera esencia del problema y muchísimo menos la necesidad de un cambio que creemos nos niega nuestro objeto de deseo, en este caso, el volver a la vida natural.

 

La Tierra, desde siempre, ha estado sujeta a cambios, largos períodos de glaciaciones o erupciones volcánicas que la someterían a una asfixiante y duradera nube de monóxido de carbono. Meteoritos que alterarían su superficie, diversas especies que la poblarían de los modos más diversos.

Cuando los ambientalistas hablan de una Tierra impertérrita, permanente a la que hay que dejar de molestar con continuas transformaciones pues su esencia es contínua y rechaza el cambio por principio están equivocados. La tierra no comenzó ni acabará de cambiar ahora en el siglo XXI. Seguirá en un proceso de constante cambio y transformación muchísimo más allá del perecimiento del último ser humano.

Si es bueno o malo para ella el modo en el que aventamos día tras día toneladas de CO2 sin paragón eso también es de un tremendo carácter relativo. La Tierra hubo de vivir con tamana cantidad de CO2 en el pasado, sin duda el incremento de este fué muchísimo más paulatino de lo que ahora aventuramos, pero está fuera de discusión su sobrevivencia debido a que aquí estamos, nosotros mismos podemos probarlo, hemos sido una especie que se ha prolificado precisamente como consecuencia de la dirección en la que se dirigieron aquellos cambios.

De lo que se trata por tanto no es de dejar de pertubar a nuestra querida Madre Tierra, bajo esa premisa debíamos de irnos todos exiliados a algún planeta lejano. Es además sino imposible, muy improbabile que una especie de 7.500.000.000 millones de miembros con el nivel de consumo energético como el nuestros puedan vivir sin modificar su entorno.

Ese argumento suicida, cargado de culpa, no es practicable. No existe el suicidio en defensa propia. Ni tampoco existe la vida sin permanente transformación y modificación del espacio. La naturaleza no ha hecho sino probarnos una tras otra vez la continuídad y fortaleza de este permanente proceso de transformación que es lo que posibilita aquello denominado Vida.

Además, bajo ese argumento se esconde una premisa aún más humano-individualista que la que plantea utilizar el planeta como recurso energético para saciar nuestras necesidades.

Quisiese decir que nosotros no pertenecemos aquí, que somos foráneos, que venimos o vamos de algún otro lado.   No podemos vivir sin modificar nuestro entorno como consecuencia, aquellos que proclaman la vida sin intervención en el planeta en el fondo plantean la desaparición de nuestra especie como verdadera solución a la permanencia del status quo aquí en la tierra.

Aquellos llamados ambientalistas conciben una armonía, pero sin humanos, son en el fondo tan anti-vida como todos los otros.

Tierra y Luna Voyager 1
La Tierra y la Luna fotografiadas por la  Voyager 1 en 1977

 

Que existe un problema con el lugar en el que habitamos es evidente, este no es ningún panfleto anticalentamiento global. El calentamiento global no sólo existe, sino que hoy en día tiene consecuencias tan definitivas que podemos observarlo en cada esquina. No hay casi país en el planeta que no haya experimentado las consecuencias de este cambio en el clima sin control que nos enfrenta con mayor rapidez año a año. Pero es ese exactamente el problema que reconocemos en el calentamiento global, el modo en el que nos afecta a nosotros los humanos. La tierra hubo de experimentar estos procesos de « calentamiento » en el pasado, la diferencia ahora es que nuestra subsistencia está en juego en que se nos plantea una tremenda encrucijada pues todo este desarrollo y su consumo energético sin paragón fueron lo que nos permitieron convertirnos en la civilización predominantemente planetaria que somos hoy en día pero del mismo modo si seguimos produciendo y consumiendo en las mismas cantidades nuestra supervivencia se ve en juego pues aún nadie tiene una idea clara de nuestras opciones en lo que podría ser esta nueva batalla contra las « condiciones naturales ».

 

Se trata de eso, de sobrevivir. Se trata de que vemos ese lugar al que no podemos sino denominar Home y vemos que con sus transformaciones nuestra estadía está puesta en juego y aún no tenemos dónde ir.

Nuestra compasión por la Tierra parte por nosotros mismos, egoísta, podríamos llamarla, pero es la realidad. Nuestro mundo comienza y acaba con nuestra propia Humanidad. Esto no quiere decir que en medida que nos vamos convirtiéndo cada vez en una especie mas interconectada no vayamos a poder elevar nuestro entendimiento sobre esa interconexión, o en algún minuto extenderlo hacia otras especies o de lleno hacia nuestro entorno. Todo desarrollo es posible. Pero por el momento seguimos siendo nuestra principal preocupación y el futuro sigue teniendo rostro humano.

Si asumimos esta realidad, aunque no suene tan altruista ni noble, como la de los ambientalistas más radicales situamos en el horizonte un verdadero chance de revolver esta encrucijada. Por más benevolentes que suenen los postulados llamando a despoblar el globo todos sabemos que esto no es posible, que nuestra especie de miles de millones de miembros no ha mañana por la mañana de darse por vencida y dejar de existir por el bien “de la naturaleza”. Nosotros somos la naturaleza, nuestra naturaleza y parte de este planeta. No hay un dentro o fuera en esta totalidad y esos enunciados no producen más que un efecto placebo sobre psiquis cargadas de culpa.

Al situar al hombre como motivo y razón recién nos logramos permitir el imaginar una solución para este conflicto que permita visualizar una superación, un utilizamiento de estas circunstancias que nos empujen a dar un salto aún mayor. Ya sea el imaginar una vida interplanetaria o el visualizar la mejora de nuestro impacto en el clima desde un punto de vista más revolucionario. Ya no sólo como quienes se lanzarán a la urgente tarea de detener las emisiones de CO2 sino que además imaginando el modo en el que podemos volver a conectar al conjunto de los hombres con esa vida en contacto diario con la naturaleza que hubimos de ejercitar por miles de anos. Integrándola a nuestra civilización, no dando un salto al pasado. Utilizando nuestra tecnología y nuestras nuevas herramientas de eficiencia y diseño.

Ya no se trata sólo entonces de dar un freno inmediato a este riesgo, a esta situación de peligro inminente sino de ser de una vez lo que hemos venido siendo durante cientos de miles de años, una especie en constante desarrollo. 

Autor: María Sanhueza

Trotamundos, amando la ciencia y también las humanidades, el vino y el café. Atleta y adicta a la lectura. "Si tienes miedo de ahogarte mientras cruzas el río, que puede parecer demasiado ancho y rápido en este punto, entonces, tendrás que regresar y cruzarlo en su origen hasta que yo, tú mismo o alguien más pueda construir la base que puede dar forma a un enorme puente que hará que el viaje sea posible para todos "