Reflexiones en torno al TAO sobre la estética moderna y futurista
«Treinta rayos convergen hacia el centro en el círculo de la rueda; lo que la vuelve útil es el espacio central( literalmente “de su no ser”).
La arcilla se trabaja en forma de vasijas el vacío interior lo que las vuelve útiles.
Se abren puertas y ventanas en las paredes de una habitación, son los agujeros los que nos permiten utilizarla
Por lo tanto, de la no-existencia proviene la utilidad y de la existencia la posesión»

Me sorprendió ayer por la noche el darme cuenta de cómo el Tao describía uno de los principales conceptos estéticos de la modernidad, el minimalismo. Aquel mismo que hoy encontramos en casi todas las tiendas de diseño, al menos en todas aquellas que se identifican con la modernidad, que son la mayoría.
Ese minimalismo que no sino un llamado al vacío, a las formas vacuas y simples que permiten distinguir la tridimensionalidad del espacio.
Las sillas son bajas y hondas, los sofás alargados y de cortes pulcros, las lámparas libres de adornos y en su mayoría no poseen más de dos materiales. Las separaciones de ambientes son maderas contínuas, no hay imágenes ni muchos colores. Los tonos neutros o incluso el No-Color-Blanco-que se ha adjudicado el rol protagónico en este tipo de diseños.
Hace bastante tiempo que tenemos integrada esta línea estética en nuestro imaginario. Mi celular, por ejemplo, que es un Iphone blanco fue diseñado por un hombre que vivía en una casa inmensa vacía.
Esta estética ya nos resulta familiar, cubre las portada de revistas y viste los restaurantes, cafés y la mayoría de las nuevas creaciones arquitectónicas.
Personalmente me he podido familiarizar aún más con ella desde que vivo en Viena, que está repleta de tiendas de diseño de este tipo, al igual que en la mayoría de las capitales europeas, Berlín, Zúrich, Londres, París, en donde se han impregnado estos conceptos hasta el punto de la similitud, del sincretismo, aquel punto en que las cosas comienzan a parecerse mucho entre sí mismas y las diferencias comienzan a anularse, que es el momento exacto en el que podemos reconocer lo que fue una tendencia como un nuevo estado de cosas, Estatus Quo.
Los cafés en Berlín en su mayoría no difieren los unos de los otros, se componen de las mismas mesas largas de maderas, los sofás de cuero, las lamparas bajas, público hipster (que fue el primero en recibir esta corriente estética con los brazos abiertos). La gente que camina por estas ciudades a su vez expone también cada vez más esta similitud. Ahora que es inverno las mujeres llevan abrigos larguísimos de un solo tono, zapatillas deportivas blancas y planas, tonos neutros, sweater negro, gris, beige.
Aquí la llamada al vacío está dada en un sentido negativo, se presenta por el hecho de la no visualización de la figura femenina. La gran diferencia entre esta moda y otras es que en esta el objetivo es esconder y no realzar.

Los tonos neutros vienen a coronar una intención primogénita por la no identificación. Los muebles, la ropa, el diseño es a-personal o simplemente sin personalizaciones. Detrás de todas estas cosas podemos encontrarnos con cualquier rostro, un asiático, americano, vienés, hombre, mujer, 40, 20 años. No hay nombres ni apellidos ni lugares de orígenes.
Similitudes y diferencias entre el objetivo modernista de la No identificación con el Budismo
Este objetivo de la no identificación tiene un eco evidente en el budismo y podemos bien caer en la tentación de realizar un paralelo burdo entre la cantidad de tiendas de diseño de este estilo con la cantidad de centros de yoga o de espiritualidad que promueven la renuncia a la identificación personal y nos llaman a dejar las imágenes que transitan por nuestra cabeza, a re-conectarnos con el todo negando nuestra subjetividad. Esto no tiene nada de casual y nos habremos de cuidar de cometer ese error sobre todo porque hay una diferencia sustancial y flagrante entre el budismo y su llamada a la superación personal por medio de esta completa No-identificación y la renuncia al color o a las formas que representa la estética moderna o minimalista. Y es que esta última hace a su vez un segundo llamado: Funcional. Tras cada una de sus propuestas se oye este murmullo: Funcional, Práctico, Eficiente.
Nos llaman a escoger esta tendencia no sólo por su estética sino también por su funcionalidad.
Son más prácticos ese tipo de muebles que los antiguos barrocos que costaba tanto trabajo mantener y que requerían reparaciones y atención personalizada. Estos, por el contrario, son presentados como si tuvieran vida propia, como si fuesen independientes de nosotros y su existencia pudiese estar garantizada por su propia voluntad. Obviamente esto tiene un carácter sugestivo pues tras este enunciado no se esconde ninguna prueba concreta, tampoco se han aún inventado los muebles-o aparatos-capaces de subsistir por sí mismos.
Pero es este deseo idealista lo que cuenta, lo que se esconde detrás de todo. El llamado a la independencia del mundo exterior, hoy en día, a nuestra mano mecanizado, enajenado de nosotros los humanos.
Esta funcionalidad no es una realidad, es una aspiración, un anhelo. Es la evolución que hoy día consideramos natural/lógica para nuestro mundo humano. Un mundo funcionando independientemente de nosotros, de nuestros deseos, en el que podamos obtener lo necesario para nuestra subsistencia pero con el que al mismo tiempo ya no podemos (y esto no es una cuestión de deseo sino de posibilidad) identificarnos desde nuestra individualidad pues cada día resulta más ajeno a nuestras capacidades, un mundo en el que vamos siendo desplazados.
Cada día se desarrolla un poco más la tecnología que permite la reproducción de nuestra vida y con este desarrollo se aleja un paso más de nuestro entendimiento, la integramos sin cuestionárnoslo pues de todos modos ya no podemos prescindir de ella no podemos siquiera describir ni su funcionamiento, mucho menos su origen.

Poseee una realidad anónima e indefinida que se va cubriendo de un halo de misticismo producto de la distancia de sus orígenes con nuestra cotidianidad. Todo este desarrollo va siendo el más allá al que no podemos acceder, ese espacio desconocido ya no se encuentra en el cielo, sino en la tierra.
La tecnología nos está resultando tan ajena como le puede resultar este momento de la civilización a Dios que desde los tiempos de Adán y Eva no ha tenido la oportunidad de hablar frente a frente con un ser humano.
Ese más allá siempre se representa como un todo y su opuesto natural no es sino el vacío. Esa sensación de vacío que hoy voluntariamente disponemos a nuestro alrededor, por la cuál estamos dispuesto a pagar un precio aún más elevado que por los antiguos muebles barrocos, no es un secreto el hecho de que el minimalismo cuesta caro.
Ese vacío se expresa en lo cotidiano como angustia, como ese dolor en el pecho que nos hace cuestionarnos nuestra propia vida o existencia, nuestra situación personal, esa angustia epocal que tiene su propia denominación en el vocablo “estrés” que nos incita a pensar constantemente en un cambio que no acabamos por experimentar. Nada alivia esa sensación, cambiemos o no nuestra dieta o rutina de ejercicios. Esa angustia es la misma que nos impulsa a asistir (cada vez más masivamente) a los centros de Yoga o a convertirnos en adherentes de las filosofías orientales. Tampoco es un secreto la existencia de ese “más allá” que nos aguarda a la vuelta de la esquina.
Podemos imaginarnos lo que nos espera, aquel mundo blanco y negro o bien gris, automatizado, en dónde los humanos paulatina y voluntariamente perderán el control del dominio que los rodea. La Des-humanización que tanto temor nos produjo durante un tiempo la ciencia de ficción, aquella que hoy intuimos sin reproches y aceptamos paulatinamente con pesimismo.
Este vacío que se puede representar por medio de la Teoría del Big Crunch, aquel momento en que todo volverá al punto cero, en que todo si bien no desaparecerá se contraerá hasta tal extremo en que no quedará nada de lo que nos rodea. La existencia proseguirá por supuesto, pero en la no-existencia, a costa de nuestra propia extinción. Si hoy leemos a Lao Tsé o recitamos a Buda no es porque la Tierra haya dejado de girar o nuestro desarrollo se haya detenido y en esa quietud hayamos reconocido el significado de la existencia. Es como todas las cosas que verdaderamente alcanzan el punto necesario de desarrollo para ser explicadas por medio de su negatividad. El incipiente futuro.
Visualizamos frente a frente la especificación hasta una escala nanométrica, una especificación tiránica que ha dividido y especificado el modo de aprehender el mundo a un punto tal que ya no logramos siquiera su reconocimiento, mucho menos su entendimiento. Hemos caído en esta espiral hasta este punto de no-reconocimiento (no-identificación). No fue nuestra pasión occidental forzada por el Tao, han sido las circunstancias mismas las que nos han forzado a reconocer el carácter irreal o ilusorio de aquellas cosas con las que no podemos ya identificarnos.

«Los agujeros se proponen como el modo de lograr la utilidad,
Pero no son más que los únicos espacios en los que hoy se nos está
Permitido existir…
Fisura
Resquebrajamiento
No somos ya más en lo material, que nos es hoy en día ajeno;
Somos en lo inmaterial-somos el chip y devenimos en la nube,
Sólo en el vacío podemos encontrar nuestra existencia”