La pérdida de la Voluntad personal
La Pérdida de Voluntad
Productividad
Productividad y Concentración es lo que hoy en día la mayoría busca o intenta conseguir.

En el mercado se ofrecen cientos de miles de To do it lists, Planners, Notebooks (in all the sizes and forms), Apps de organización y cientos de métodos para llevar un calendario. Todas herramientas en aquella búsqueda desesperada por efectuar lo que se desea hacer.
A simple vista esto se representa como el fenómeno de la “productividad” ya lo han planteado filósofos de la talla de Buyul-Chung Han, el famoso filósofo coreano. Pero hay algo más entre todo este aspiracionismo, pues algo que a simple vista podemos asumir y es que todos estos métodos tan populares hoy en día aspiran a algo, un deseo, un impulso que dirige la actividad que tiene como por objetivo la realización de algo.
La pregunta es: ¿Es este objetivo,la productividad, el apuntado en la famosa lista de: to do? Una mera aflicción al concepto “eficiente”. ¿Podemos acaso decir que lo que mejor describe esta situación es sencillamente una asfixia por las responsabilidades que nos rodean y el reconocimiento de su importancia, por tanto, la necesidad que se nos impone de llevarlas a cabo? O hay algo más allá en este fenómeno, algo que trasciende a esa lista de cosas por hacer y se enlaza a su vez con la venta cada vez más masiva de los cuadernos de nota, de la popularidad del yoga, wellnes, spas, retreats on the beach y todo lo asociado con la promoción de ese ya trillado “estar aquí y ahora”.
¿Qué nos impulsa a apuntar las tareas más obvias y sencillas de nuestra rutina: comer, cocinar, ir de compras, limpiar el baño? ¿Podemos recordar a nuestras abuelas con todos esos críos alrededor y las pilas interminables de ropa por lavar y tender anotando con tiza en una pizarrita: mudar a pedrito, preparar la comida?
Concordamos naturalmente en que es un hecho contingente, entrelazado firmemente con las condiciones de vida de esta época y por tanto fenómeno de estas circunstancias puntuales. Pero, ¿cuál es ese elemento «contingente» que representa la necesidad de combatir nuestro presumible olvido? ¿Por qué tememos este olvido aun cuando se trate de nuestras responsabilidades más obvias?
Si fuese excluyentemente la productividad por qué entonces de la mano con todas estas formas de planificar vienen aparejadas las formas de «No distraerse».
No se trata sólo de planificar la actividad en sí misma sino que por el contrario planificar el control de las circunstancias ante la emergencia de un posible desvío. No se trata de hacer sino muchísimo más de evitar el “No hacer”. Esta es la versión negativa de lo que en algún momento fué la apología de acción. La era de las conquistas. El optimismo en el futuro, el boom de la economía de post guerra, la carrera espacial o como se le quiera llamar a esa etapa en que el mundo se transformaba en un gran supermercado y nos ofrecía cada vez más y más cosas.
Procastinación
Es su aspecto negativo pues la palabra más buscada en la RAE no es “planificación” sino Procastinación. Lo que motiva esta búsqueda contemporánea

por encontrar las herramientas necesarias en la batalla contra el No hacer no es tan solo el deseo de realizar determinadas cosas, sino que el miedo a no realizarlas, el temor a la inacción, no por nada esta es una de las palabras más escuchadas y uno de los fantasmas más recurrentes, hay que salir a dar un paseo por google para encontrarse con cientos de libros contra la procastinación , couchs, planners y charlas TED.
Podemos también observar este aspecto negativo en el hecho de que de la mano de uno de los métodos más concurridos hoy en día para planificar, las apps, encontramos las apps para dejar de procastinar o para concentrarse.
El enemigo visible, el que escuchamos nombrar en aquellas charlas TED o a los especialistas que plantean métodos para eludir la procastinación y al que todos tememos es el surgimiento de algún estímulo impensado, al que además, tenemos tan bien ponderado que de antemano le otorgamos la capacidad de distraernos y desviarnos de nuestro programa y objetivos. Por ello es que todos estos métodos para planificar traigan como contraparte de los mismos métodos para poder concentrarse, para no desviarse, mantenerse en el combate. Mindfulness, Yoga, Meditación, no nos hemos percatado de cómo todas estas tendencias han surgido como resultado de este fenómeno, de este miedo, el temor a no poder ser contemporáneos de nuestras propias vidas.
Si estamos planificando nuestras acciones, por qué entonces, inmediatamente nos ocupamos (aún antes de haber llevado alguno de los puntos de nuestra lista a la práctica) de nuestra futura inacción, del eventual rendimiento al programa.
Desconfianza
La respuesta es clara, desconfiamos de nosotros mismos, no nos creemos capaces de ser el agente decidor, ente autónomo capaz de dar cuentas por sus propios actos. El mundo se nos representa como una gran amenaza destinada a desviarnos de nuestro camino (no deja de ser interesante la creciente, y ferviente, popularidad de series tales como; Star Wars, Matrix , El Señor de los Anillos o Games of Thrones).
El exterior tiene el control, es el ente decidor, el sujeto. Si queremos aprehender alguna parte de ese exterior para nuestro propio beneficio, un poco de su tiempo o un poco de nuestra rutina(que visualizamos como un ente externo más que como la extensión natural de nosotros mismos) habremos de librar una batalla, de enfrentarnos a alguna fuerza externa que se nos pretende imponer y que tiene como objetivo el desviarnos de nuestra senda.
Hemos perdido nuestra autonomía, ese reconocimiento natural que tuvimos durante siglos con nuestras propias vidas, miserables o felices, no viene al caso. Nos deshicimos de ese contacto estrecho con nuestro yo en un mar de notificaciones, emails, alertas y me gusta. No es tan solo la sensación de que nuestro tiempo es de propiedad y usufructo externos es a su vez la aceptación de este rol secundario de nuestra voluntad. El haber descartado como alternativa plausible mi propio poder de decisión.
De lo que se trata esta batalla contra la procastinación o en búsqueda de un buen ejercicio de la planificación es de encontrarnos en algún momento con los resabios de nuestra propia voluntad. Byung-Chul Han tiene razón cuando describe nuestra relación con nosotros mismos como la de un obrero en las fábricas de principio del siglo XX con su desalmado patrón. Somos nuestros más feroces capataces, ocupamos nuestras mentes con estas supuestas tareas desde lo más temprano hasta la última bocanada del día con una convicción que la más eficiente de las represiones no logró imponernos nunca. No nos consideramos merecedores siquiera de un descanso a menos que hayamos cumplidos con nuestros draconianos estándares de productividad. No nos damos un break, no nos permitimos ser libres. Todo esto es la exacta miserable descripción de nuestras circunstancias, lo que se le escapa a Byung-Chul Han es el hecho de que en este proceso de tiranización de nuestras rutinas no se esconde una prístina y voluntaria decisión, sino por el contrario, la ausencia de ella.
No tenemos otra alternativa, no somos capaces de llevar a cabo lo que deseamos, por más que nos tiranicemos, por más que desconfiemos de nosotros mismos y nos preparemos para enfrentar esta posible traición, por más que nos dispongamos a vivir con esta permanente angustia. Hoy en día estamos rodeados de más distracciones de las que podemos procesar con nuestro libre albedrío, de muchísimos más estímulos de los que nuestras abuelos hubieron de observar en toda su vida, de muchísimas más posibilidades con las que jamás una civilización hubo de haber soñado.
En el pasado se trataba de «Ejecutar la fuerza de voluntad», la conquista del exterior dependía de nuestra capacidad de motivación para comprometernos con una causa inexistente, que debía de ser creada a costa de nuestro trabajo y creatividad. La conquista de nuevos mundos, la invención de nuevos objetos. Hoy en día por el contrario se trata liberar nuestra voluntad de la sumisión a los estímulos externos. Es la voluntad en sí misma la que buscamos, la que perdimos en algún resabio del siglo XX.
Miedo
Todo te empuja a fundirte con un miedo en el que sabes no persistirá tu poder de decisión. Si quieres tener éxito o reconocimiento social se trata de seguir las tendencias (crear una tendencia no es una excepción pues desde el momento en que se convierte en tal su propio creador pasa a ser víctima de su invención, se debe convertir en un seguidor de sí mismo, perseverar y preservar lo que ha dado resultado, caricaturizarse. Vemos este caso en la mayoría de las figuras populares en Instagram, Facebook o las distintas redes sociales). Y esa fuerza que aún se opone a la sumisión total es aquella memoria que guardamos como especie de nuestras circunstancias anteriores, sabemos que hubo de ser de otro modo, a veces nos da por creer que puede ser de otro modo y en ese preciso instante nos lanzamos a la tarea de combatir esta difuminación de nuestra persona en el medio social. Cerramos nuestras cuentas de Facebook, nos vamos un fin de semana a la montaña y nos lanzamos a primera hora del lunes a seguir el Planner que hubimos de conseguir el fin de semana.
De lo que estamos hablando no es sencillamente de una de las nuevas modas o tendencias de consumo sino que de uno de los cambios más sustanciales que hemos experimentado como especie en los últimos siglos, no sólo se trata del modo material de cómo vivimos y reproducimos estas condiciones de vida sino que va mucho más allá hasta interceptar el cómo nos concebimos a nosotros mismos, el cómo estimamos nuestra individualidad y consecuentemente los márgenes de nuestra libertad.
Guerra contra el mundo-exterior

«El ser humano hoy en día está rodeado por un arsenal de estímulos». Lo que alguna vez Marx hubo de denominar un «arsenal de mercancías» se ha desarrollado a tal nivel que ya no nos basta con el nombramiento de su aspecto material, esto queda demasiado estrecho respecto del cómo la esencia de este sistema envuelve hoy en día la vida de los hombres.
Las mercancías ya no son aquellos anquilosados objetos en los mostradores, sino que los sujetos de esta sociedad, que se encuentran por doquier, a cada instante, sin necesidad de llamarlos, de vida ilimitada y de transporte casi inmediato.
No nos referimos siquiera a la obviedad con la que todo esto se ejemplifica en Amazon que promociona cada vez más sabiamente sus productos en cada página que abres en la web o en tu bandeja de entrada, no, pues no se trata ya sólo de los productos que han de ser intercambiados por un determinado precio. De lo que se trata es de que prácticamente todas las cosas que nos rodean están sujetas a un proceso de valorización y por tanto pueden y deben de ser consideradas como mercancías.
Está claro que es muchísimo más difícil reconocerlas cuando se trata de nosotros mismos. Nuestro chat, nuestras búsquedas, nuestras conversaciones con amigos, nuestros emails, nuestro mirar fotos de paisajes tranquilamente en Pinterest un domingo por la tarde, todo ello son bienes que serán intercambiados en el mercado, nuestra información, deseos, gustos, anhelos, esperanzas. Todo ha de ser tendiente a la conversión en un producto que habrá de hallar su valor en un mercado de intercambio de valores.
No acierta entonces el inconsciente colectivo al identificarse con héroes de increíbles y milenarias batallas espaciales o con resabios de sujetos naufragando sin destino en un mar de programas informáticos?
Como Alicia en el país de las maravillas
El carácter abstracto de lo que nos rodea es tan vasto que en el día a día se nos hace imposible llevar a cabo la distinción entre a que clase pertenece cada cosa, ¿se trata esto de algo que yo quería buscar o de algo que me fue impuesto? Hace muchísimo rato que no hay quienes se atrevan a formular una respuesta una vez que han pasado sin planificación previa durante horas navegando en sitios web desconocidos.
Lo único que si podemos a simple vista reconocer es nuestra pequeñez e impotencia ante la envergadura de las circunstancias. Y nos defendemos y compramos el último planner y descargamos la última app de meditación (sólo por $4.99). Pero como hemos dicho, no se trata de hacer, no se trata de ¨sacar a pasear al perro y comprar más leche” ni tampoco de cosas más elevadas como “trabajar 4 horas mínimo al día pues, santo cielos, quiero terminar de escribir de una buena vez mi tesis!”.
No se trata de una acción, es la cara negativa de lo que hace un par de décadas atrás era el “quiero” “debo” “puedo” que nos ofreció como primera de sus caras este sistema de mercancías y que nos hizo creer en él pues pensamos que nos otorgaría todo lo que necesitábamos tan sólo no nos imaginamos que habríamos de necesitar tanto.
Ahora se trata del “no quiero” “no puedo” “no debo”. Esta negatividad en la acción, que nos consume todas nuestras fuerzas, es un fenómeno paradójico. El no desviarnos, el no tropezar, el evitar No hacer para poder en algún momento, posterior, Hacer.
Batalla contra ti mismo

Estamos divididos entre nuestras acciones y nuestros deseos, las primeras no nos obedecen y los segundos no nos pertenecen. Lo que nos vendría quedando como resabio de lo que en algún momento era el “individuo” no es sino el espacio intermedio entre estas dos disputas, los restos de voluntad que siguen intentando agrupar y dirigir en una dirección a estos dos aspectos contradictorios. No es tan difícil imaginarse esta dicotomía si pensamos en nosotros mismos un día de domingo navegando por Facebook, no estando en ninguno de aquellos lugares, no siendo ninguno de todos esos “yo” que aparecen. Las vacaciones hace rato que quedaron olvidadas, hoy en día estoy sentado en una tarde lluviosa de domingo, el sol y las palmeras no son más que un bonito recuerdo.¿Dónde estoy verdaderamente? ¿En mi visualización, en mi escritorio, en mis deseos? ¿Tengo acaso tiempo entre una y otra notificación de decidirme por uno de esos lugares o sencillamente tras horas de extenuante exposición y habiendo olvidado la pregunta me voy a la cama pensando que mañana debería renovar mi foto de perfil pues aquella otra foto en la fiesta de cumpleaños con mis amigas es la que realmente me favorece?
Y la lista de To Do para el domingo queda una vez más relegada…Pues no hay nadie allí, no hay una única voluntad, sino una serie de deseos contrapuestos unos con otros, que no permiten siquiera que alguna de estas voces minoritarias se haga con el poder e indique un camino a seguir. Nuestro individuo, lo que nos queda por denominar individuo es ese espacio intermedio entre la disputa de estas muchas voces, una rendija. Un esqueleto guardado en un armario oscuro. No sólo perdimos el control de nuestra fuerza de voluntad sino con ello perdimos la soberanía sobre nuestros actos.
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